"LAS TRES ETAPAS
Aunque con la tal vez
comprensible consternación del interesado, Nogueroles se anima a diferenciar
tres periodos o etapas en su pensamiento. Con estas distinciones ocurre siempre
lo mismo: tienen su punto de arbitrariedad pero a la vez pueden ser útiles para
introducir orden en un flujo continuo, de modo parecido a como se introduce
orden en el espectro cromático continuo cuando empleamos designaciones
discretas para los colores. De modo que, por mi parte, declaro que no tengo
cosa mejor que hacer que seguir a Marta Nogueroles en su clasificación. Luego
ya se verá su rendimiento. Las etapas que distingue la autora son éstas:
1ª etapa (1970-1980). Es «el
periodo hipercrítico», el más iconoclasta y quebrantahuesos de Savater, en que
con una alegre facundia arremete contra el escolasticismo académico (dentro del
cual hay que incluir no sólo la escolástica propiamente dicha, sino también la
filosofía analítica, naciente en España por esas fechas), para después, a
partir de 1976, pasar por una fiebre acratona y antimarxista. Este periodo se
inaugura con Nihilismo y acción (1970), «el único libro que de verdad he
deseado escribir», según confesión del propio Savater, al que siguieron obras
como La filosofía tachada (1972), La infancia recuperada (1976), una delicia de
principio a fin, Apóstatas razonables (1976) o el incendiario Panfleto contra
el Todo (1978).
2ª etapa (1981-1987). Savater
abandona en esta fase su anarco-nihilismo juvenil para tomar una defensa
decidida de la democracia, amenazada por el intento de golpe de Estado del 23
de febrero de 1981. Con seguridad, el ensayo central de este periodo, y el que
lo abre, es La tarea del héroe (1981). Pero habría que mencionar también
Invitación a la ética (1982) o Contra las patrias (1984).
3ª etapa (1988-2000). Se inaugura
con la publicación, en 1988, de Ética como amor propio, donde emprende su toma
de postura en favor de un humanismo ilustrado y cosmopolita, beligerante con
los nacionalismos, la intolerancia religiosa y la xenofobia racista. Forman
parte de este periodo Humanismo impenitente (1990), Ética para Amador (1991),
su libro más vendido, Política para Amador (1992), Diccionario filosófico
(1995) y Las preguntas de la vida (1999), por nombrar algunos títulos
significativos. […]
Por lo demás, convendría no pasar
por alto, cuando hablamos de Savater, su obra periodística, cuyo volumen supera
con mucho a la de su producción ensayística, y en donde se encuentra, según
reconoce el propio filósofo, lo mejor de cuanto ha escrito. En su libro, Nogueroles
se arremanga y entresaca y comenta algunos de sus mejores artículos de prensa,
que no son pocos. Menciona menos su obra novelística (si bien muestra un
comprensible interés por El jardín de las dudas (1991)), hace esporádicos
recordatorios de su labor como traductor y no recuerdo alusión alguna a sus
incursiones en el teatro o en las crónicas de carreras de caballos, una de sus
más simpáticas y logradas singularidades como escritor. […]
SAVATER CONTESTATARIO
En sus primeros pasos Savater
practica con jocundidad una filosofía negativa, nihilista, atea, antisistema,
antirracionalista y hasta anticientífica. Todo lo que hieda a método y orden se
convierte en diana predilecta para los rehiletes chispeantes de un Savater que
desborda más rebeldía que acrimonia. Nos encontramos ante un autor jovialmente
pesimista, oscuro y algo pomposo en su retórica, desmelenado, con esporádicos
ataques agudos y sumamente contagiosos de incontinencia verbal. […]
A partir de 1976 (en los aledaños
de la muerte de Franco) y hasta 1980 se produce un marcado giro político (¿o
sería mejor decir antipolítico?) en la obra de Savater, que deja de fustigar a
los fósiles académicos y sus detritos en papel, y, como parte del clima de
efervescencia general que se vive en este periodo, se incorpora con toda su
artillería dialéctica al debate de las cuestiones políticas acuciantes que por
entonces menudeaban; entre ellas, y de manera señalada, el referéndum del 6 de
diciembre de 1978, en que se sometía a aprobación la nueva Constitución
Española, y en el cual, dicho sea de paso, Savater tomó el camino de la
abstención. […]
Es la suya una acracia deudora de
los movimientos antiautoritarios del Mayo del 68 francés, más que del
anarquismo clásico de Proudhon, Bakunin o Kropotkin. Las tintineantes proclamas
libertarias de Savater por estas fechas se concretan en la abolición del Estado
y del Capital, la eliminación del trabajo, la apertura de cárceles y manicomios
y la superación de la contradicción entre individuo y sociedad. […]
Por desgracia, la respuesta de
Savater al peligro del poder separado no es la liberal sino una reclamación,
con claros resabios nietzscheanos, de que el individuo mantenga reunida su
«fuerza», negándose en todo momento a delegarla (p. 168); algo que
–involuntariamente, supongo suena a lo que diría un anarcocapitalista.
SAVATER Y LA TAREA DEL HÉROE
Savater pone fin a su periodo más
acratón en la década de los ochenta, y, en concreto, a raíz del intento de
golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. El 28 de octubre de este año Savater
vota por primera vez en las elecciones generales, y lo hace a favor del PSOE de
Felipe González (p. 183).
El pensamiento y el estilo de
Savater se tornan menos alacremente combativos desde este momento, más
ponderados y reflexivos, pierden un punto de esa jocundidad irreverente que
hasta entonces los caracterizaban en favor de un mayor aplomo y enjundia
intelectuales. Sí señor, Savater se convierte en un intelectual […] que reparte
su tiempo entre la actividad docente y una profusa presencia en los medios de
comunicación con objeto de defender la incipiente democracia española de
algunos de los peligros que por entonces la acechaban.
Es también a comienzos de los 80
cuando la ética cobra un protagonismo decidido en la producción literaria de Savater,
aunque su interés por esta materia provenía de tiempo atrás. Frutos de este
realineamiento de intereses son La tarea del héroe (1981) e Invitación a la
Ética (1982). Savater alcanza con ellas su primera madurez y, tal vez por esto,
están escritas en un estilo más calmo que sus anteriores libros de combate; si
bien el mensaje de fondo de ambos libros sigue yendo a contracorriente de las
tendencias dominantes en filosofía moral de la época, en especial la ética
kantiana del deber, reemplazada en su
caso por una ética del querer, muy
congenial con la de Nietzsche. […]
Savater hace una defensa
desinhibida del amor propio como proyecto moral (lo que se ama es ese «llegar a
ser lo que se es»), frente a la presión asfixiante y anuladora de la
individualidad que ejercen, sin pedir permiso, ideologías colectivistas, como
el nacionalismo o el marxismo, que buscan la ofrenda «desinteresada» de la
fuerza individual a un proyecto colectivo, presentado ante los feligreses con
toda pompa y circunstancia como superior y emancipatorio, cuando es tan sólo
una máquina de succión de libertades individuales. Un individuo ha de reconocer
la humanidad residente en otros individuos, y mostrarse solidario con ellos en
alguna medida, pero no con planes colectivos megalómanos que le sisan su
autonomía.
SAVATER COMO HUMANISTAS ILUSTRADO
Pesimismo y alegría
Según la autora de esta
monografía, la tercera etapa de la filosofía savateriana abarca de 1988 a 2000
y está marcada por la reivindicación de un humanismo
ilustrado (p. 261), en el que tienen cabida y forman coyunda (una extraña
coyunda a simple vista) el pesimismo y la alegría.
Quién lo iba a decir, pero al
bien humorado Savater le va la marcha pesimista, y algunos de sus autores
favoritos (Voltaire, Schopenhauer, Cioran) son pesimistas recalcitrantes. El
pesimismo de Savater descansa en la tranquila aceptación de que el hombre no es
ángel ni demonio, de modo que algunos de nuestros más caros y entrañables
ideales (libertad, justicia, felicidad) nunca van a verse realizados del todo.
[…]«Mi visión es muy sencilla: hemos nacido rodeados de males y vamos a morir
rodeados de males. A lo más que podemos aspirar es a que los males del final no
sean los mismos que los del principio». […]
La felicidad individual es un
empeño impostergable y sería una estupidez sin nombre sacrificarla a la
obtención de una felicidad colectiva plenaria y unánime. […]Con todo, Savater
acaba encontrando demasiado solemne y enfático hablar de «felicidad» como fin
último de la vida, y opta por un término más juguetón y menos pretencioso: la
«alegría»
Individualismo, democracia y
derechos humanos
El humanismo consiste ante todo
en considerar que el hombre, y no alguna entidad inhumana o sobrehumana, es el
inventor de valores (p. 313). A partir de la década de los noventa cobra un
protagonismo creciente el tema de la educación en el pensamiento y la obra de
Savater, y precisamente la educación tiene como uno de sus pilares centrales
enseñar el humanismo al hombre, es decir, enseñarle a ser lo que es, pero que todavía
desconoce. Nacemos siendo hombres, pero no nos enteramos de qué tipo de hombres
somos hasta que resultamos educados (pp. 321 y ss.).[…]
Esa condición universal o
transcultural proviene del reconocimiento de que todos los humanos somos
miembros de la misma especie y que sólo por eso nos debemos unos a otros
ciertos comedimientos y atenciones. Esta común pertenencia a la misma especie
tiene más peso que cualquier particularismo diferenciador, cualquier rasgo por
el que creamos que hemos de anteponer la lealtad a un subgrupo de la especie
humana a los miramientos que nos intercambiamos como miembros de esa especie
(el grupo más inclusivo políticamente relevante). De ahí el rechazo de Savater
al nacionalismo o al fanatismo religioso.
Los derechos humanos están
vinculados a la defensa del individualismo porque la cualidad más abstracta y
universal de un ser humano es ser individuo, esto es, un elemento del género
humano. Los derechos humanos despojan de manera sistemática a los hombres de
sus características distintivas (sexo, color de piel, cultura, religión, etc.).
Lo que se respeta en un ser humano cualquiera es el mínimo común denominador
resultante de este despojo; lo que se ama en un ser humano concreto son, por el
contrario, sus peculiaridades diferenciadoras. […]
La tolerancia es el respeto al
otro, y en especial a lo que menos nos gusta del otro, siempre y cuando no haya
agresión o daño.
De modo que la tolerancia no ha
de confundirse con la indiferencia ante cuanto sucede a nuestro alrededor;
menos aún con la indulgencia ante crímenes o desafueros (la tolerancia no se
extiende a los intolerantes). Tampoco ha de asimilarse con cierto relativismo,
según el cual hay pluralidad de opiniones y todas ellas son igualmente
respetables y valen lo mismo puesto que no hay una vara de medir objetiva que
permita establecer cuáles se hallan más próximas a la verdad y cuáles más
alejadas de ella. Para Savater, los objetos (y sujetos) de respeto son las
personas, no sus opiniones, que siempre es bueno estén sometidas al fuego
graneado de la crítica, sin por ello poner en entredicho la dignidad de quienes
las mantienen.
A lo que se opone decididamente
Savater es a hablar de «derechos colectivos». Los titulares de derechos son
siempre individuos, no colectivos […]Así, por ejemplo, no existen derechos de
las lenguas: una persona tiene derecho a manejar su lengua materna, pero las
lenguas no tienen derecho a reclutar hablantes forzosos que las perpetúen. Por
lo mismo, tampoco existen los derechos de las naciones o de los pueblos. Y los
derechos de las minorías a no ser a avasalladas por las mayorías son en
realidad no otra cosa que los derechos de los miembros individuales de esas
minorías a que se respeten y toleren sus costumbres, siempre y cuando no
inflijan daño a nadie. […]
Aunque a Savater le ocupó y
preocupó el tema del nacionalismo ya desde finales de los setenta, fue a
finales de los ochenta cuando se convirtió en uno de los centros de su
filosofía. Savater parte de posiciones de simpatía y complicidad con el nacionalismo
(en especial el vasco), que se extienden hasta el prólogo a su libro de 1981 La
tarea del héroe, pero siempre, esto sí, desmarcándose de la violencia
terrorista. De hecho, Savater fue el primer intelectual español en manifestarse
con claridad contra la violencia etarra, a mediados dE los ochenta, cuando esta
violencia se encontraba en su aciago esplendor (p. 351). Ante las amenazas de
ETA recibe escolta policial, y mientras tanto cambia su postura teórica acerca
del nacionalismo, que pasa de ser complaciente (o cómplice) a francamente
hostil. A Savater le costó desprenderse de sus afinidades primeras con el
nacionalismo por su previa filiación libertaria, que le empujaba a ver con
buenos ojos a las minorías nacionales oprimidas (o que se presentaban como
tales); pero el abyecto espectáculo de la violencia desplegada por estas
minorías, y el apoyo que recibían de amplios sectores del nacionalismo no
violento, le ayudaron a desprenderse de las viscosas adherencias nacionalistas,
que inicialmente manifestó, hasta convertirse en uno de los más pugnaces y
desenvueltos paladines del antinacionalismo en España.
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