El español es una
suma
Las Academias de la
Lengua han hecho en los últimos años un sólido trabajo por la unidad del idioma
El entonces director de la Real
Academia Española, Víctor García de la Concha, recibía el 11 de marzo de 2009
en su despacho a una delegación del sultanato de Omán, formada por dos clérigos
y dos diplomáticos. ¿Qué pretendía tan singular embajada? Algo sorprendente.
Estaban allí para conocer la experiencia de la institución española de modo que
les sirviera a ellos para promover la Academia de la Lengua Árabe en su país y
favorecer luego la creación de una red de academias de ese idioma, según
coincidieron en señalar fuentes de la institución española y de la embajada
omaní. El nacimiento de la academia de Omán elevaría a cuatro las entidades
similares de aquella lengua, pues ya estaban constituidas las de Siria, Egipto
y Jordania.
A la delegación arábiga le
interesaba saber cómo se armonizan el español general y las distintas
variedades del idioma en cada país hispanohablante; y cómo se manejan esas
diferencias en las obras que publica la Academia española.
Los representantes de Omán casi
se cruzaron con un delegado del presidente de la República Francesa, que una
semana antes había visitado también a García de la Concha para preguntarle cómo
habían conseguido organizar la “hispanofonía”, término que él utilizó. Y años
más tarde, el mismo camino tomaría el ministro de Cultura portugués que deseaba
interesarse asimismo por la red de Academias del español.
Todos ellos tenían realmente un
ejemplo en el que fijarse, porque el español es una lengua muy homogénea, unida
en su inmensa y rica variedad. Una de las lenguas más cohesionadas del mundo.
Muy lejos de las profundas hendiduras que se dan en el ámbito del árabe, del
chino o incluso del portugués. Una lengua unida además por razones culturales y
que hace sentirse hermanos a sus hablantes (algo que quizá no ocurre en todos
los ámbitos del inglés). La docta casa se ha transformado en
los últimos decenios, y ya hace mucho tiempo que abandonó su conservadurismo
tradicional en todos los órdenes, su hispanocentrismo madrileño, su lentitud,
su machismo.
Los
limones todavía eran amarillos en la edición del Diccionario de
1992 (a pesar de que en toda América tienen color verde), y el matrimonio se
definía aún en 1970 como algo “de por vida” (aunque el divorcio estuviera
legalizado en muchos países hispanos). Pero la publicación de nuevas obras en
los últimos años ha servido para situar a la Academia en la modernidad; y la
colaboración entre las 22 instituciones hermanas (que serán 23 cuando se
incorpore oficialmente la de Guinea Ecuatorial) ha instalado el panhispanismo
en todas ellas.
Aunque todavía quedan algunos
tramos por recorrer y avances por completar, el camino andado durante los
últimos decenios por la institución fundada en el siglo XVIII ha constituido un
impulso muy perceptible en todos los ámbitos del idioma.
Y todo ello, sin perder la
autoridad otorgada libremente por la mayoría de los 500 millones de hablantes.
Hasta tal punto se ha producido esta identidad que la gente dice “esa palabra
no existe” si no la encuentra en el Diccionario.
La colección de obras académicas
se ha ampliado en la última década hasta conformar una biblioteca de consulta y
ayuda que resuelve ya todas las dudas. El primer gran paso para llenar la nueva
estantería del idioma español lo dan las Academias con la Ortografía de
la lengua española en 1999. No todas participan con la misma
intensidad, y ciertos errores dejan entrever descuidos en la supervisión de
algún país que otro; o quizás las prisas. Pero ahí nació la primera gran obra
panhispánica.
La nueva edición del Diccionario dos
años después, en 2001, incorporó a su vez 6.000 americanismos, entre ellos
“engentarse” (sentirse agobiado por una multitud de gente), “achicopalarse”
(achicarse, disminuirse ante algo que consideramos superior) o “trancón”
(embotellamiento en Colombia). Pero aún faltaban muchos más.
Esa colaboración entre las
distintas Academias mejorará luego en el largo proceso que conduce al Diccionario
panhispánico de dudas, que vio la luz finalmente en 2004 y contó no
sólo con el apoyo de todas las Academias, sino también con el respaldo de los
principales medios de comunicación del mundo hispano, que aceptaron hacerlo
suyo y seguir sus recomendaciones. Esta obra recoge asimismo las variedades
americanas, aunque con sensibilidad todavía mejorable en algunos ejemplos.
La
antigua gramática de 1931 (llamada con humildad Esbozo de una nueva
gramática española) no se libraba tampoco de aquel hispanocentrismo de
la época, pues apartaba los usos de América del lugar que merecían. Pero eso
también quedó subsanado y mejorado con la imponente Nueva gramática de
la lengua española (2009), así como su edición más llevadera (la Nueva
gramática básica), publicada en 2011.
Las Academias americanas también
han hecho su propio trabajo conjunto, y lanzaron en 2010 el Diccionario
de americanismos, que recoge las distintas variantes del español en
aquel continente, con expresión de los países donde se usa cada término. Reúne
70.000 voces, con 120.000 acepciones.
A partir de ahí, la colaboración
entre las 22 instituciones del español ya casi deja de ser noticia, y entre
todas ellas alumbrarán con normalidad las siguientes revisiones de todas las
obras académicas. No sin polémicas a veces, como las que rodearon a laOrtografía de
2010. Tales discusiones trascendieron el ámbito de los académicos, porque
también se animaron a entrar en el debate escritores, periodistas, traductores
y, por supuesto, muchísimos hablantes.
Entre otras transformaciones,
esta nueva edición de la Ortografía recomendaba retirar la
tilde al adverbio “sólo”, cambiaba el nombre “y (griega)” por “ye” y eliminaba
la letra q de una palabra si no la acompañaba, pegadita, la
última de las vocales en función muda (como sucede en “queso”); lo que
convertía el viejo “quórum” en el moderno “cuórum”.
La intensidad de la discusión
podía entenderse como una grieta en la unidad del idioma y en el respeto a las
Academias, pero también mostraba con claridad la vinculación emocional que
puede desatar una simple rayita sobre la oronda letra o de “sólo”. Y además no
llegó la sangre al río, pues se trataba de una recomendación.
La misma
expectación rodeó el estreno del último Diccionario, publicado
en 2014. Esta 23ª edición incluye 93.111 entradas (frente a las 88.431 de la
anterior), con 195.439 acepciones; se introdujeron 140.000 enmiendas, que afectaron
a 49.000 voces. Y los americanismos (gracias al trabajo previo de todas las
Academias) suman ya 19.000.
A toda esa labor que se plasma en
libros (con sus respectivos accesos a través de Internet) hay que añadir dos
elementos más, uno de amplísima repercusión internacional cada tres o cuatro
años y otro de carácter más diario, inmediato y percutiente: los congresos de
la lengua y la Fundéu.
Los Congresos de la Lengua
Española han constituido una gran caja de resonancia. En ellos se presentaron
todas esas obras académicas y se han tendido unas sólidas redes de relaciones
personales para el intercambio de conocimientos entre escritores, lingüistas,
periodistas, editores… de todo el mundo hispánico.
La Fundéu (Fundación del Español
Urgente) se creó en 2004 a iniciativa de la agencia Efe (a partir de su
Departamento de Español Urgente) con el patrocinio del BBVA y la tutela de la
Academia española. Su misión consiste, desde que fue creada, en aconsejar con
rapidez a todos los periodistas ante las nuevas dudas y dificultades que
encuentran cada día, pero enseguida amplió su ámbito (gracias a las nuevas
tecnologías) para comunicarse con millones de hispanohablantes. Presidida por
el director de la Academia, cuenta con un consejo asesor formado por
académicos, filólogos y periodistas, y sigue en sus recomendaciones los
criterios de esa institución. Los periódicos, las cadenas de televisión y de
radio ya se han acostumbrado a recibir las respuestas rápidas de la Fundéu, y a
contar con ella como un compañero más de la Redacción.
Todas
estas herramientas han ido cimentando un armazón
muy sólido (porque se construyó despacio) que hoy en día
nos permite disponer de una lengua común muy homogénea, cuya rica diversidad no impedirá
nunca que dos hispanohablantes se entiendan a la perfección entre sí ni que, al
mismo tiempo, pasen un rato divertido contándose sus diferencias léxicas. Poco
a poco, todo el mundo hispánico (y España quizá con más retraso) ha asumido con
naturalidad la frase proclamada por el historiador de la lengua mexicano
Antonio Alatorre: “El español es la suma de todas las maneras de hablarlo”.
Así que aquellos señores llegados
desde el sultanato de Omán hicieron muy bien en visitar la Real Academia.
El País, Babelia, 12-03-2016
El País, Babelia, 12-03-2016
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