LA ORQUESTA DE PESSOA
"Acaso la gloria sepa a
muerte e inutilidad y el triunfo huela a podredumbre", le dice un joven
Pessoa en una carta a su madre. La leyenda quiere hacernos creer que Pessoa se
fue al otro lado del tiempo como autor casi inédito y silenciado por propia
voluntad, dejando un arca de papeles en el que había enterrado todos sus
tesoros para que la posteridad lo descubriese: nada más lejos de la realidad.
Pessoa llevó una vida literaria ajetreada, apenas publicó libros en vida, es
cierto, pero no hubo revista literaria importante en Portugal que no acogiera
sus versos o sus prosas. El mismo estuvo tras algunas de aquellas publicaciones
y fue editor de libros que levantaron el escándalo en Portugal -las 'Canciones'
de Antonio Botto, el 'Sodoma Divinizada' de Raúl Leal, y un libro de poemas en
prosa del pintor Almada Negreiros. Y, sobre todo, fue un maestro, un maestro
vivo, un maestro defendido y adorado por sus discípulos -los muchachos de la
revista 'Presença', por ejemplo. Por supuesto que el gran público no lo conocía
-lo explica bien José Luis García Martín en el prólogo a su traducción de la
poesía de Pessoa, 'Plural Esencial' (Renacimiento, 2015)- pero eso podía
decirse de casi todos los grandes poetas de la época: ni a Luis Cernuda, ni a
Gottfried Benn, ni a T. S. Eliot iba la gente pidiéndole autógrafos cuando
paseaban. Así que no, la primera pared del mito Pessoa es una construcción con
su punta de fantasía: no era un desconocido, no era sólo autor de piezas
escondidas en su arca de inéditos que estaban esperando la luz del futuro para
hacerse legibles. Una gran parte de su obra poética más conocida hoy, y la
narrativa, fue impresa en las revistas de su época. Otra de las paredes del
mito Pessoa es su desdoblamiento en diferentes personalidades. Los cuatro
evangelistas se les ha llamado: Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Alvaro de Campos
y Bernardo Soares. Son poetas distintos y no lo son tanto: digamos que tan
distintos como el Alberti neopopular de 'Marinero en Tierra', el surrealista de
'Sobre los ángeles' y el gongorino de 'Cal y Canto'. La fecundidad de Pessoa, y
la necesidad, precisamente, de colaborar en el medio idóneo para la poesía, y
la vida cultural en general, en su época, la revista literaria, quizá le
facilitó la empresa de crear poetas distintos para acoger sus distintas voces.
La voz de la naturalidad y la lógica desarmante de Alberto Caeiro, la voz
neoclásica y limpia de Reis, la voz de furioso futurismo masoquista de Alvaro
de Campos, la voz que convierte en mágica la rutina, y el tedio y la repetición
de Bernaro Soares: esos son en esencia los baluartes del milagro heteronómico
de Pessoa. Uno de los apuntes del 'Libro del desasosiego', la obra mayor de
Soares -y quizá la obra mayor del corpus pessoano- dice: "Ni el placer ni
la gloria ni el poder: la libertad, únicamente la libertad". Pessoa dio
una explicación precisa a la aparición de sus heterónimos: un día, por gastarle
una broma a Sá Carneiro, pensó en inventarse un poeta bucólico, Alberto Caeiro,
y presentarlo como real, como un descubrimiento suyo; esbozó su personalidad,
pero no fue más lejos hasta que, el 8 de marzo de 1914, en una cómoda alta,
comenzó a escribir de pie, y de un tirón, en una especie de éxtasis, treinta y
tantos poemas seguidos, 'El guardador de rebaños', la obra maestra de Caeiro.
En la carta, escrita en 1935, en que Pessoa cuenta el nacimiento de sus
heterónimos, el poeta dice: "Fue el día triunfal de mi vida: había
aparecido en mí, mi maestro". Precisamente por eso, por la aparición de
una voz que era anterior a su propia poesía, lo que a continuación hizo fue
escribir una serie de poemas desde Fernando Pessoa en que se evidenciara la
huella de su maestro Caeiro. Luego se le ocurrió la idea de inventarse otros
discípulos: Alvaro de Campos, de quien escribió de un tirón la larguísima 'Oda
Triunfal', y Ricardo Reis, la voz del neopaganismo encauzada en estructuras
clásicas. Un día, pues, milagroso para la poesía portuguesa.
La carta, enviada
a Casais Monteiro, se ha tomado como un documento fidedigno de lo ocurrido,
como si Pessoa no pudiese, al recordar aquella jornada, fantasear un poco y
dejar que los más de 20 años transcurridos entre el suceso y la crónica
permitieran añadirle un poco de épica a tan desorbitado lirismo. Sea como
fuere, los heterónimos de Pessoa nos lo muestran en efecto como un poeta plural
que es capaz de conservar, a la vez, la personalidad de cada uno de los poetas
que lo integran. Por raro que parezca, no es tan raro. Entre nosotros el mismo
Gerardo Diego que era capaz de escribir versos a la novia o romances al Duero o
un Vía Crucis, escribía también los más brillantes poemas creacionistas: era
por la mañana un poeta tradicional, degustador de los clásicos, y por la noche
una voz eufórica de la vanguardia.El nacimiento del mitoFue a partir de 1942,
con la publicación de los primeros tomos de sus 'Obras Completas' -un tomo para
la poesía de cada heterónimo, y otro tomo para la poesía del propio Pessoa-
cuando empezó a ponerse en circulación el mito: un mito sustentado en la
biografía del poeta -un hombre solitario, amigo de la rutina y el ocultismo,
autor de paradójicos cuentos policiales, con un solo amor conocido, Ophelia
Queiros, al que renunció dos veces,que guardaba en un arca una explosión de
versos y prosas- y en una obra que sigue en pie, susurrándonos, sin pomposidad
alguna, la milagrosa metafísica de la insignificancia, la poderosa majestad del
río de nuestro pueblo o la extrañeza incansable de "ese episodio de la
imaginación que llamamos realidad", según se lee en uno de los apuntes del
'Libro del Desasosiego', cuya primera edición data del año 1982. Es éste la
cima de la obra pessoana: un libro de radiante modernidad, hecho de fragmentos,
que se salta cualquier barrera entre géneros, que es retrato de la ciudad de
Lisboa y diario íntimo, una obra abierta, discontinua, donde los apuntes
líricos se enlazan con los narrativos y las reflexiones filosóficas con
estampas de enigmático costumbrismo, un libro que va revelándonos como pocas
obras, según palabras de Antonio Sáez Delgado, la problemática del
desasosegante discurso identitario de la modernidad.
La presencia de Pessoa en España,
sigue, por lo demás, en muy buena forma. Desde que Ángel Crespo tradujera una
breve muestra para Adonais, y luego la ampliara en un libro publicado por
Austral, desde que José Antonio Llardent lo editase en Alianza, hasta hoy
mismo, mucho Pessoa está a nuestro alcance. En los años 80 fue importantísimo
el número monográfico que le dedicó la revista 'Poesía'. Crespo escribió una
excelente biografía -y se tradujo la monumental biografía de Gaspar Simoes. 'El
libro del desasosiego' ha tenido varias ediciones, la última de las cuales, con
nueva ordenación de Jerónimo Pizarro, salió en Pre-textos en traducción de Saez
Delgado. En cuanto a su poesía, ninguna puerta de entrada más apropiada que la
antología de García Martín: ahí están los poemas imprescindibles de los
Pessoas, del Pessoa ortónimo, el Pessoa inglés -'Antínoo y los Sonetos'-, de su
maestro Caeiro -'El guardador de rebaños', los 'Poemas Inconjuntos'- de Ricardo
Reis -sus 'Odas neopaganas'- y del enérgico Alvaro de Campos -que soñó un libro
futurista que se titularía 'Arco de Triunfo' y que escribió poemas tan
indispensables como 'Lisbon Revisited', 'Oda Marítima', 'Estanco', 'Al volante
de un Chevrolet robado'-. 'Mi alma es una orquesta oculta', dice Bernardo Soares
en el 'Libro del Desasosiego'. La orquesta de Fernando Pessoa sigue sonando,
sigue prestando su milagrosa música particular a este episodio de nuestra
imaginación colectiva que llamamos realidad.
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