martes, 6 de octubre de 2015

LITERATURA UNIVERSAL: LORD BYRON

En el número 119 de la revista Clarín (septiembre-octubre de 2015), el escritor y traductor Manuel Neila nos ofrece unos extractos del poema de Lord Byron El Corsario, y acompaña dichas traducciones de un prólogo muy interesante, del que hemos extractado el siguiente texto.

LORD BYRON EN SU LABERINTO

Si es que soy un poeta, es el aire de Grecia lo que me ha hecho serlo.
Lord Byron

La época romántica está considerada como la más brillante, fecunda e influyente de la modernidad europea. En Gran Bretaña, el movimiento romántico se enmarca en el periodo comprendido entre 1798, fecha de la primera edición de Lyrical Ballads, de Wordsworth y Coleridge, y 1832, en que muere Walter Scott. Cuenta con señalados precursores, como los escoceses Robert Burns y James MacPherson, al que Oswald Spengler incluyó en una breve lista de grandes poetas románticos. Luego se sucedieron dos generaciones: en primer lugar, la «generación de los lakistas», representada por Wordsworth, Coleridge y Southey, de los que Hazlitt subrayó la «admirable sencillez de estilo y asunto»; y, algo más adelante, la «generación de los satánicos», formada por Byron y Shelley, los poetas que llevaron más lejos la aspiración al ideal y la rebeldía política. Mención aparte merecen
John Keats, el más puro, delicado y efímero de los líricos, y Walter Scott, con su medievalismo y sus guerras de frontera.

El romanticismo inglés presenta una evolución peculiar, habida cuenta de la que se produjo en otros lugares; una evolución que oscila entre la soberbia rebelde y la modestia realista, pero que no excluye el cultivo de la espiritualidad tradicional, ni el respeto a las formas de la estética neoclásica, lo que facilitaría su proyección en épocas futuras. En octubre de 1820, el joven Byron le escribía a Goethe: «Advierto que, tanto en Alemania como en Italia, existe una gran pugna en torno a lo que llaman ‘clásico’ y ‘romántico’, términos que no habían sido objeto de clasificación en Inglaterra, por los menos cuando yo partí». El romanticismo inglés no fue tanto una réplica a la Ilustración, cuanto el efecto de las contradicciones que el racionalismo ilustrado contenía. El individuo libre, regido por la razón e impulsado por ideales universales, lamenta la pérdida de la vida estable, cohonestada por la piedad natural, al amparo de las palabras de la tribu, lo que dio lugar al sugestivo y paradójico heroísmo romántico.

EL POETA EN SU LABERINTO


Tanto fuera como dentro de Gran Bretaña, George Gordon Byron (1788-1824) fue la figura central del romanticismo inglés; encarnó mejor que ninguno de sus contemporáneos el genio romántico, escindido entre la aspiración al ideal y la imposibilidad de alcanzarlo. El 30 de junio de 1809, una vez tomada posesión de su escaño en la Cámara de los Lores, el joven Byron emprendió un periplo por el Mediterráneo, que le llevó por Portugal, España, Albania, Grecia y Turquía, y que se prolongaría hasta el 14 de junio de 1812. Este primer viaje de Byron por el Mediterráneo fue algo más que el Grand Tour canónico reservado a ciertos jóvenes ingleses al terminar los estudios, de modo y manera que resultó determinante lo mismo para su vida que para su obra. Durante los dos años que duró el periplo, redacto dos clases de escritos: unos de tipo testimonial y otros de carácter literario. Los primeros comprenden 92 cartas, 28 poemas de circunstancias y varios textos fragmentarios de diversa índole; los segundos incluyen dos poemas largos («Insinuaciones horacianas» y «La maldición de Minerva») y los cantos I y II de Childe Harold’s Pilgrimage, así como las notas para los mismos. Mientras que los escritos testimoniales ponen de relieve el cambio de actitud y de valores derivado de la experiencia mediterránea, los escritos literarios ponen de manifiesto por primera vez la verdadera voz del poeta, un modo de cantar y contar que debe mucho a su experiencia viajera.

A su regreso a Inglaterra, el joven Byron preparó para la impresión los dos primeros cantos de Childe Harold’s Pilgrimage, que aparecerían el 17 de febrero de 1812, y que se agotaron en solo tres días, proporcionándole la admiración y el reconocimiento inmediato de críticos y lectores. Desde ese momento, Lord Byron se convierte en el poeta más leído y admirado tanto dentro como fuera del país, excepción hecha de su amigo Walter Scott. Entre 1813 y 1816, en que abandona definitivamente el país, compuso: The Giaour, The Bride of Abydos, The Corsair, Lara, The Siege of Corinth —conocidas por la crítica como The Turkish Tales—, a las que hemos de añadir, restringiéndonos a las obras mayores, Parisina, ambientada en Italia. Todas ellas suelen agruparse bajo el rubro de Oriental Tales. Se trata de composiciones narrativas escritas en verso, caracterizadas por su ambientación orientalizante y por la presencia del arquetípico héroe byroniano. El éxito de las mismas se debió tanto a los rasgos temáticos, como a las características formales, tanto a las relaciones con la popular novela gótica, como a los vínculos con los romances medievales.

Antes incluso que en su obra, el periplo mediterráneo influyó, ¡y de qué manera!, en su actitud frente al mundo y en su imagen del hombre. En el momento de abandonar Inglaterra, Byron mantenía una actitud claramente anglófoba, derivada de los problemas económicos, el conservadurismo político y los extraños prejuicios de la sociedad isleña. La experiencia levantina le familiarizó, en primer lugar, con un paisaje completamente distinto al de su tierra natal, con unos cielos azules y unos mares resplandecientes, que le serviría de marco para sus Oriental Tales. En un plano superficial, el periplo mediterráneo le permitió conocer in situ los míticos lugares de la geografía clásica; un descubrimiento que vive con pasión, como revela su conocida proeza de cruzar a nado el Helesponto, repitiendo la travesía que llevó a cabo Leandro para visitar a Hero, o el hecho de inscribir su nombre en una de las columnas del Templo de Poseidón. En un nivel más profundo, la experiencia levantina le proporcionó una concepción del mundo multicultural e interclasista; una visión que le permitiría apreciar los pueblos periféricos (españoles, italianos, griegos, turcos, árabes) o denunciar abiertamente el expolio de los monumentos de la Acrópolis griega en contra de la opinión dominante.
Andando el tiempo, Byron se convertiría en el escritor más admirado e influyente entre sus contemporáneos. Aunque carece de la originalidad y la destreza de otros, tuvo el acierto de fomentar una nueva imagen del hombre, el héroe byroniano, réplica de la condición del hombre europeo en la época de Metternich, y que se representa mediante la figura del peregrino, un ser complejo y errabundo.

Con Childe Harold tiene lugar la primera aparición del tipo, el «héroe prometeico», al decir de Harold Bloom, que reaparece en el personaje del Corsario y alcanza su perfil mejor definido con Manfred y Caín. Sucesor tardío del caballero andante, con el que compite en popularidad y osadía, el héroe byroniano domina toda la literatura del siglo xix y se prolonga, debidamente vulgarizado, en la literatura y el cine del siglo xx, como advirtió en su día Arnold Hauser. El héroe de Byron es un ser misterioso y proscrito. Su aspecto áspero y asilvestrado, sus rasgos duros e impenetrables no consiguen ocultar su alta prosapia.

Atractivo y seductor, es a la vez víctima de su destino y destino él mismo de quienes le rodean. Su peculiar satanismo se debe no sólo a la insatisfacción religiosa, propia de la época, sino también a su animadversión frente a la floreciente sociedad burguesa, así como a sus inclinaciones aristocráticas, a pesar de un desarraigo inconsolable, libremente elegido.

Château de Chambord, Francia.

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