La historia que recoge y dibuja Gene Luen Yang en este
American Born Chinese nos resulta conocida y cercana a la mayoría a poco que
reflexionemos y nos adentremos en los últimos años de nuestra infancia y en los
primeros de la adolescencia, donde todos tuvimos que buscar y encontrar nuestro
hueco, nuestro lugar en el mundo. Desde la distancia de los años pasados, cada
cual habrá seleccionado los recuerdos y tendrá así su visión más o menos
edulcorada o amarga de aquellos años, aunque seguro que ni son todos tan dulces
ni tan agrios: la lejanía y la memoria nos juegan buenas y malas pasadas,
filtrando lo que nos viene según el momento vital actual, que -en gran medida-
resulta de aquellos años.
Jin Wang es un niño de padres chinos nacido en los Estados
Unidos, que se ve obligado a cambiar de ciudad y por tanto, de colegio, a mitad
de lo que hoy es primaria (mañana, ya se verá), donde es el único de su clase
de origen asiático, exceptuando a una niña de origen japonés (y americana,
suponemos) con la que apenas si tiene relación: no quieren convertirse en el
par que todo el mundo asocie por proximidad y se evitan tanto como pueden,
aunque eso signifique estar (y sentirse) aislados. En estas condiciones, el
protagonista se enfrenta al mundo solo, con el único apoyo de sus Transformers,
que le recuerdan a su antiguo hogar, le dan cobijo y le sirven de referente
para lo que podría llegar a ser su vida futura. También será, a través de estos
robots cambiantes, como conocerá a su único amigo Wei-Chen Sun, un chino
taiwanés, recién desembarcado al quien pondrá al día sobre el american way of
life.
Al mismo tiempo, Gene Luen Yang nos cuenta dos historias
más. Una, en la que sabemos del Rey Mono y su proceso para convertirse en dios,
pues es lo que más desea y en esos esfuerzos, abandonar su naturaleza de mono,
convirtiéndose en algo más de lo que ya es. En la otra, nos habla de un
adolescente americano tipo, integrado en su instituto, pero que cada año recibe
la visita de un pariente chino que pone ese pequeño mundo suyo, perfectamente
ordenado, patas arriba y que le lleva a tener que cambiar de escuela después
del terremoto que supone la nefasta visita china, por lo que cada curso se
convierte en una nueva búsqueda de ese pequeño espacio y esperar que no se
rompa por una nueva llegada desquiciante.
Estas tres historias, en principio paralelas -hasta ahí
podemos contar- a nivel gráfico se nos presentan en un formato curioso y,
suponemos, muy estudiado: nada en Chino Americano está dejado al azar, todo
tiene una razón y un motivo, que no es aparente, pero que encaja a la
perfección a medida que se avanza en la narración. En el espacio de la hoja,
Gene Luen Yang delimita la parte central, dejando un amplio margen arriba y
abajo, para llevar a cabo la historia, encuadrando dentro de un mismo marco, de
igual tamaño en todo el tomo, las viñetas y la composición necesarias.
Este formato queda siempre a la altura de la lectura del
ojo, que apenas si tiene que desplazarse de altura en la lectura de ésa y de
las siguientes páginas, viéndose todo como un continuo muy cómodo y relajado.
También nos acompaña una sensación de limpieza y,
curiosamente, de amplitud, que se ven potenciadas por un dibujo de trazo claro
y limpio, sosegado, de sensación de paseo por los dibujos, de ser llevado y de
dejarse llevar y de querer siempre más. Y lo obtenemos. American Born Chinese
ofrece más, a través de localizaciones lejanas y extrañas, nos lleva por
senderos de sentimientos y experiencias cercanas y conocidas sin esfuerzo, todo
transcurre con la magia alrededor, pero sin que sea impuesto, está ahí
rodeándolo todo para llenar de significado el resto que no tiene o parecía no
tenerlo.
El color que lo inunda todo, tiene matices fríos, colores
suaves y apagados: grises, verdosos y pardos, llenan los fondos, dejando que
destaquen los personajes, que se atreven con colores más cálidos y que quedan
así patentes como verdaderos protagonistas, con las expresiones corporales y,
sobre todo, faciales como auténticos motores del dibujo.
Todo ello convierte la lectura de este Chino Americano es
una delicia que te atrapa y que no puedes para de leer, de la que intentas
desgranar todas las claves desde el principio, pero al mismo tiempo, te dejas
llevar por la magia y por la cruda realidad, pasando de una a otra sin
sobresaltos, pues te van dejando pistas para que llegues a tus propias
conclusiones, identificándote, de forma a veces lejana, otras más cercana, con
lo que está pasando y viviéndose. Es, en resumidas cuentas, un tebeo muy
recomendable, que te mantendrá la mente despierta y despejada, sin dejar de lado
el entretenimiento - como el humor, que brilla en todo el tomo- y el gusto de
haber leído algo con sentido y sentimiento, hecho con meticulosidad y calidad,
conociendo qué contar y cómo, sobreponiéndose a la supuesta localidad para
contarnos temas universales y personales.
Extraído de (pincha en la portada):
No hay comentarios:
Publicar un comentario