viernes, 20 de diciembre de 2013

LITERATURA UNIVERSAL: LA MUERTE DE IVAN ILLICH

He encontrado en la red una referencia a una nueva edición, ilustrada, del texto de Tolstoi. Os enlazo el vídeo promocional del libro


Y también la dirección del ilustrador, donde podréis ver su trabajo:

Agustín Comotto

jueves, 19 de diciembre de 2013

3º ESO: DESPIECE FEMENINO

Vamos a leer un artículo que se centra en la anatomía femenina y que ha causado bastante revuelo

Sala de despiece: curso de anatomía misógina

Al calor de algunas webs proliferan nuevas obsesiones malsanas como la del "thigh gap", el hueco entre las caderas.


Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que las mujeres quizá se preocupaban por tener las nalgas caídas o las caderas demasiado anchas. Ya no es tan fácil. Ahora hay todo un nuevo catálogo de obsesiones. Como si se tratara de una sala de despiece, la anatomía femenina se descuartiza dando lugar a partes de nuevo cuño, pensadas sobre todo para generar complejos y ansiedades. Estos términos suelen nacer en medios como el siempre sospechoso Daily Mail –la barra derecha de su web, con fotos de celebrities, ya se conoce como la “barra de la vergüenza” porque es imposible salir bien parada: demasiado gordas, demasiado viejas, demasiado flacas…– y se multiplican después en Internet. Al calor de Instagram, Pinterest y Tumblr, se alimentan nuevas obsesiones malsanas como la del "thigh gap", el hueco que tienen algunas mujeres, extremadamente delgadas (pero ni siquiera todas ellas) entre las caderas. Doctores como Antonio Tapia, del Instituto Tapia, (y cualquiera con un poco d sentido común) advierten: no conviene intentarlo en casa. "Esa es una característica que depende de la morfología de cada cuerpo y es bastante peligroso querer conseguirlo a través de la dieta". Y lo mismo con otras de estas nuevas variantes anatómicas. 

01. Alitas de bingo. Carne que cuelga de los antebrazos, común entre las aficionadas a la línea y el cartón. El periódico Daily Mail identificó hasta seis tipos.

02. Hoyuelos. Pero en la espalda. Existe incluso un tumblr dedicado a los llamadosback dimples, un curioso fetichismo. 

03. ‘Side butt’ o culo lateral. Saltó a la fama con el Antonio Berardi que lució Gwyneth Paltrow en el estreno de Iron Man.

04. Escote trasero. Típicamente masculino, algunas como Heidi Klum han hecho bandera de su hucha en las alfombras rojas. 

05. Bajoculo. Los microshorts cortados a la altura de la ingle han expuesto este trozo de nalga. Defensoras: Miley Cyrus y Kate Moss. 

06. ‘Thigh gap’. Espacio que queda entre los muslos de algunas mujeres. El hueco de Cara Delevingne tiene Twitter: @CarasThighGap. 

07. Pecho lateral. Fue la estrella de 2012, cuando tops y vestidos con la sisa muy amplia dejaban ver el pecho por los costados.

08. Bajopecho. Miley ha resucitado este fenómeno de los 80: el trozo de pecho que se ve por debajo si se lleva un top muy corto.

09. Asitas del amor. O michelín lateral, que tiene casi cualquiera que no desfile para Victoria’s Secret.

10. Magdalena. Michelín que se evidencia al llevar camiseta corta y pantalón de cintura baja.

11. Dedo de camello. Dícese del efecto que se crea cuando se llevan pantalones demasiado ajustados y se marca la forma de la vagina.
Sala de despiece femenina


Y como complemento, la respuesta del defensor del lector del periódico El País a las quejas de sus lectores/as.

Imágenes polémicas

Ilustraciones y fotografías cobijan sus propios mensajes y pueden leerse enfrentados a la intención informativa del texto periodístico que las alberga


Algunas imágenes avasallan emitiendo una constelación de mensajes no siempre conscientemente controlables. Y aunque el texto informativo en el que se inscriben puede acotar su sentido, su poder, la pluralidad de lecturas que puede albergar, hace que ante una misma ilustración se defiendan interpretaciones distintas, incluso opuestas. Eso ha ocurrido con un artículo de SModa del 23 de noviembre, titulado “La sala de despiece femenina” sobre “páginas sensacionalistas” donde se descuartizan y etiquetan partes del cuerpo femenino que el éxito de ciertas prendas con aberturas indiscretas han vuelto visibles, explica el artículo. El reproche de lectores no se dirige tanto al texto como a la ilustración de la página. La imagen de un cerdo, con partes de su cuerpo marcadas y numeradas, se parangona con la imagen de un cuerpo femenino (de frente y de espaldas) que también presenta algunas zonas señaladas y numeradas.
Ángel María Pascual escribió manifestando que se sentía ofendido. “No me digan que se trata de una información sobre cómo aparece la imagen femenina en la red en páginas sensacionalistas, pues tal como aparece en su suplemento, no puedo dejar de pensar que ustedes también entran en el juego de la cosificación, peor, animalización de la mujer. Parece que hay un atisbo de crítica hacia esa imagen en la Red, pero es sólo un atisbo, ya que, repito, no se puede atacar la misoginia (si es que se ataca) utilizando sus mismos métodos. ¿Cuándo un periodista, un director o quien corresponda realizará una autocrítica?, mejor ¿cuándo se darán cuenta que están vertiendo algo que parece natural, normal o lo que sea, cuando no es más que una desvalorización, la humillación de la mitad del género humano? Este artículo sería suficiente para dejar de leer el diario”.
Por su parte, José Luis Pérez, señala que los dibujos “son parecidos al despiece de un animal de consumo humano” y subraya que, en medio, aparece, la imagen de un cerdo. El lector añade otras consideraciones. “De entrada, creo que el título no es nada adecuado a la realidad que muchas mujeres en España están viviendo con agresiones y muertes, especialmente la semana pasada cuando una mujer en Ciudad Real fue descuartizada por su pareja. La coincidencia es asombrosa. Pero el reportaje me parece inadecuado para las mujeres y hombres que luchamos por la igualdad de género y la erradicación de la violencia contra cualquier ser humano (…) Un periódico serio como EL PAÍS debería cuidar más las informaciones sobre el cuerpo femenino y sobre las mujeres, en general, para evitar informaciones de este tipo y aplicar los protocolos que existen sobre violencia de género en la prensa escrita”.
Trasladé estos mensajes a la responsable de la revista, Empar Prieto, quien manifestó su sorpresa por la reacción negativa que ha suscitado la imagen, “llegando incluso a interpretar de manera errónea dicha información”. Según Prieto, “el tema del artículo se posiciona claramente en contra de la clasificación ofensiva que en diversos medios digitales se está haciendo del cuerpo de las mujeres, y que remite a un despiece nominativo y ciertamente despiadado de sus partes. Por desgracia, en un momento en que la violencia de género no cesa de encontrar renovadas formas de expresión, que más allá de la violencia física pasan por maneras encubiertas de ejercerla psicológicamente, nos pareció oportuno publicar en la revista el último fenómeno que hemos estado detectando en la Red: una “etiquetación” pormenorizada y despectiva de la anatomía femenina que jamás habíamos visto antes”. Tras señalar que el subtítulo no admite ambigüedad (“La misoginia ataca de nuevo nuestro cuerpo”), destaca que el texto finaliza alertando de que la nueva nomenclatura y sus neologismos “generan ansiedad y minan la autoestima de las adolescentes en la Red". Y defiende tratar el tema ante la existencia de estudios que advierten “que no solo el machismo entre las nuevas generaciones parece ir en aumento, sino que las nuevas tecnologías están resultando ser un aliado en estas prácticas”. “Para ilustrar la información gráficamente”, prosigue, “queríamos utilizar una imagen de impacto, que sirviera para la concienciación de un verdadero problema y que nos pusiera en alerta sobre ello, a nosotras, a las mujeres. Leer hoy un titular sobre violencia machista más o menos explícito no es ninguna novedad, lamentablemente, se ha convertido, en línea con tantos otros problemas endémicos de nuestra sociedad, en algo demasiado habitual en los medios (…) El buscar un paralelismo entre la imagen de las partes de un cerdo y de la que, desde algunos canales, se quiere dar de la anatomía femenina, tiene que servirnos para pensar en cuán denigrante puede llegar a ser y en la alarma que debe suscitar, por poco que parezca, cualquier comentario mordaz o clasificatorio aquí y allá, que tenga que ver con nuestro cuerpo. De ninguna manera podemos dejar que se nos compare con un animal, cosa que naturalmente nos vino a la mente al analizar algunas de estas informaciones”. Y termina destacando que “SModa es una publicación femenina, hecha por mujeres y pensada por y para nosotras. A través de la moda y de la belleza hablamos de valores como la autoestima, la expresión personal, la evolución e independencia de la mujer. No tendría ningún sentido en nuestra filosofía hacer apología de un fenómeno que nos denigra”.
De la misma manera que no hay dudas de la intención crítica del artículo, también son explicables las interpretaciones que han hecho algunos lectores de la ilustración y que motivan su queja. La polisemia que anida en una imagen, de la fuerza visual de este caso, no siempre se logra acotar totalmente con el texto.


La polisemia que anida en una imagen no siempre se logra acotar
Las imágenes no son una mera ilustración subsidiaria de un artículo, también proyectan sus propios mensajes y, a veces, puede leerse que, algunos no deseados, ganan la partida.
Otro uso polémico de una imagen, en este caso una foto, se dio en la portada de la edición digital en la noticia sobre la intención, finalmente corregida, del ministro de Educación de suprimir becas Erasmus a mitad de curso. Unas becas que el propio texto informativo definía como “un prestigioso y exitoso programa de movilidad de estudiantes de educación superior entre los países europeos”. Sin embargo, la foto inicialmente seleccionada fue la de unos estudiantes brindando con jarras de cerveza de notable tamaño. La imagen suscitó polémica en los propios comentarios de la noticia. Había quienes criticaban el mensaje que introducía, que parecía justificar la supresión de ayudas,  y quienes la veían como una “prueba” de la dedicación de los estudiantes becados.
Pablo Faura remitió una reflexión sobre de qué manera la imagen desvirtuaba las quejas sobre este repentino tijeretazo. “Lo cierto es que esta foto contribuye a perpetuar un estereotipo que, no por injusto, se encuentra menos asentado en la sociedad y en los medios de comunicación. Hablo concretamente del que identifica el programa Erasmus con fiesta y alcohol y lo reduce a turismo universitario gracias al cual los participantes tienen oportunidad de disfrutar de prácticamente un año sabático, estudiando poco y dedicándose fundamentalmente al ocio nocturno. Esta imagen, no obstante, no se corresponde con la realidad. El Programa Erasmus ha facilitado el acceso a universidades extranjeras a decenas de miles de jóvenes, algo que antes de su implantación estaba reservado únicamente a un sector social muy reducido de alto potencial económico, y es muy bien valorado por las empresas a la hora de buscar trabajo. Asimismo, más allá de casos particulares, no resulta cierto el tópico de que en Erasmus el nivel de exigencia sea menor”. La imagen se cambió a iniciativa de la propia redacción.

3º ESO: EL EUFEMISMO

Os ofrezco a continuación un artículo del escritor Julio Llamazares que ejemplifica a las mil maravillas lo que es el eufemismo y lo políticamente correcto:

 
Las palabras las carga el diablo, como las armas. Por eso, desde siempre, el hombre las ha usado con cuidado, no fueran a explotarle entre las manos. O entre los labios, para ser precisos.
Nunca hasta ahora, no obstante, el miedo a las palabras ha sido tan evidente ni tan exagerado el tacto con el que se utilizan; no sólo entre los personajes públicos, sino también entre la gente anónima, arrastrada por aquéllos a un lenguaje que no sólo no es el suyo, sino que muchas veces ni entiende. Lo que provoca situaciones que en ocasiones rozan lo histriónico, cuando no entran directamente en la condición de humor.
En el ámbito político, la cosa es más que evidente. Cuando nuestros dirigentes, con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero a la cabeza (él fue, de hecho, el que popularizó el término) hablan de los ciudadanos, o de la ciudadanía, para referirse a los españoles (palabra que no supone una ideología, simplemente identifica a unas personas), lo hacen para evitarse problemas, pero ignoran que, al hacerlo, están borrando a un tercio de aquéllos, o sea, a los españoles que viven fuera de las ciudades, que es a los que se refiere el término: ciudadanos = habitantes de las ciudades. Del mismo modo, cuando los nacionalistas periféricos (también los hay españoles) se refieren a España como el Estado, están haciendo también una transposición de términos que, aparte su incorrección (administrativamente, el Estado lo forman todas las instituciones públicas, incluidas las autonómicas y las locales), está vacía de contenido, por cuanto, por una parte, estados son también los de los demás países, por lo que habrían de precisar a cuál de ellos se refieren, y, por otra, conduce a situaciones tan absurdas o tan cómicas como sugerir que llueve en los ministerios ("Lluvias en todo el Estado", dicen ciertos telediarios autonómicos) o considerar que éste es un aparato: "El aparato del Estado", repiten unos y otros continuamente, como si el Estado fuera una televisión.
El absurdo al que conduce esta actitud aumenta de día en día si observamos las aportaciones que continuamente se añaden al vocabulario político nacional: desde identificar Madrid con España entera para no tener que decir la palabra odiada (lo que convierte al Gobierno de la nación en uno autonómico y al de Madrid en inexistente) a sustituir el País Vasco por el norte -como si Santander o Asturias no fueran también el norte-, pasando por expresiones como talante (que, sin añadirle algo, bueno o malo, por ejemplo, no quiere decir nada en realidad), el lenguaje político en España se ha convertido en una entelequia que hubiera hecho las delicias de Valle-Inclán, de estar vivo. Aunque la palma en este terreno se la lleva, para mí, la expresión que los parlamentarios andaluces inventaron para definir su tierra, intentando equipararla con otras de más caché: realidad nacional. Sólo les faltó añadir con destino en lo universal.
Influenciados por los políticos o contagiados por la estupidez del ambiente, los españoles en general nos hemos dedicado últimamente a reinventar la lengua de nuestros antepasados, en orden a hacerla presuntamente más agradable. Así, para no ofender a los diferentes, como se les dice ahora a las minorías, ya sean éstas religiosas o raciales, hablamos de magrebíes, ciudadanos de color, del Este, subsaharianos (¿los blancos lo son también?) y hasta de individuos de etnia gitana (así dicen los periódicos, al menos), cuando los así llamados se llaman a sí mismos normalmente de otra forma, mucho más conocida y natural. Y lo mismo sucede con los maricas, que ahora se les dice gays, rebajando al parecer de esa manera la presunta carga homófoba social, con los indocumentados (ahora simplemente sin papeles), los vagabundos (ahora sin techo), los viejos (ahora mayores, también la tercera edad) y hasta las personas solas (ahora singles, en inglés). Por supuesto, los ciegos son invidentes, los cojos son minusválidos, los subnormales disminuidos psíquicos, los mongólicos síndromes de Down y así sucesivamente, en un intento de suavizar sus males por la vía de modificar sus nombres. Noble empeño que se extiende, sin embargo, a situaciones nada anormales, tales como profesiones (los barrenderos son ahora empleados de la limpieza, los enfermeros ATS, los vendedores a domicilio comerciales, los policías agentes del orden público, etcétera) o actividades tan naturales como orinar (hacer pis) o joder (hacer el amor). Como si nuestros paladares ya no admitieran determinadas palabras fuertes, igual que nuestros estómagos, acostumbrados a la leche desnatada, ya no digieren la leche pura.
La cosa se agrava aún más cuando la corrección política, o lo que se cree por tal, se antepone a la corrección lingüística. Que es lo que ocurre en determinados ambientes, como el de las feministas, donde las palabras se adaptan a las ideas y no al revés. Así, por ejemplo, y aparte de soportar el todos y todas tan de moda en estos tiempos como absurdo (aparte de redundante, si aceptamos la expresión, habrá que hacerla extensiva a todos los masculinos, da igual la especie a que se refiera), yo he tenido que aguantar que una señora me acusara de machista por decirle juez en lugar de jueza. Dio igual que le argumentara que lo que feminiza el término (igual que el de presidenta) es el artículo y no la a, porque ni presidente ni juez implican un género, por más que diga la Academia (que ha admitido los dos términos en un arranque de feminismo); de lo contrario, la presidenta y la jueza serían inteligentas, y diligentas, y hasta ponentas, que era el caso de mi discutidora, y, al revés, por ese mismo conducto, yo sería novelisto, y poeto, y periodisto, dada mi condición masculina. Pero hay temas con los que no se puede jugar, y el del feminismo es uno, y al final opté por callarme, sobre todo cuando mi opositora me dijo que la corrección lingüística era otra forma de dominación del hombre, igual que me sucedió otra vez con un corrector de estilo de una revista de Barcelona que me quería obligar a escribir Ourense en lugar de Orense, pese a que yo escribía en castellano. Según él -y mucha gente-, para no ser un centralista, para que no te tachen de españolista incluso, habría que escribir los nombres de las ciudades en el idioma que se habla en ellas, cosa que no se hace, en cambio, a nivel internacional. Nadie escribe, por ejemplo, New York, Milano o London mientras que nos obligan a decir Lleida pese a que en la propia Lleida mucha gente dice Lérida al hablar.
En resumidas cuentas, y tal como están las cosas, lo mejor es no hablar en público y, si uno se ve en la obligación de hacerlo, utilizar las palabras como hacen todos (y todas, añado al punto): como peligrosas armas de las que la sociedad sospecha y no como convenciones de un instrumento inocuo y maravilloso, el lenguaje, que sirve para comunicarnos. O servía, por lo menos, cuando la gente tomaba la leche entera y vivíamos sin tantos complejos como ahora.

Y otra aportación, en este caso de Muñoz Molina

 

Al pan, pan

Me producen una fascinación morbosa esos genios siempre anónimos, los inventores de eufemismos, los que acuñan expresiones sonoras o neutras para encubrir la realidad, para suavizar sus ángulos, incluso para cambiar de arriba abajo su naturaleza. Los hubo directamente criminales, como aquellos que llamaban a los asesinatos terroristas “socialización del sufrimiento”; los hay de un cinismo tan efectivo que hace falta muy cuidado para no contagiarse de sus embustes y sus circunloquios. En qué momento, por ejemplo, dejó de decirse paro, que suena tan áspero, y se generalizó desempleo: quizás cuando el despido de los trabajadores se empezó a llamar “expediente de regulación de empleo”. Tres palabras en vez de una sola. Quisiera saber a qué ejecutivo se le ocurrió que a partir de un cierto momento los viajeros de los trenes pasáramos a llamarnos clientes, que debió de sonarle como más dinámico, o quién decidió que alumno ya no era una palabra aceptable. Pero ahora mi preferido es ese término que no se les cae de la boca a los energúmenos de la política dedicados a desbaratar la sanidad pública, gente de la calaña de ese consejero catalán que aseguraba que no existe el derecho a la salud, porque la salud depende del patrimonio genético. Ellos no privatizan, aseguran. Lo que hacen es “externalizar la gestión”.  Privatizar se ve que les suena feo hasta a ellos mismos: suena demasiado a saquear. Externalizar es un verbo que tiene una sílaba más, y que suena mucho más técnico. Como cuando a los genios de la “comunicación” militar americana se les ocurrió decir “daños colaterales” en vez de “víctimas inocentes”. Llamar a las cosas por su nombre es más que nunca un acto de subversión política.
[Extraído del siguiente enlace]

miércoles, 18 de diciembre de 2013

3º ESO: PÉREZ-REVERTE Y EL MACHISMO

Leed el siguiente artículo de Pérez-Reverte (autor que aparece en nuestro libro de texto) y comprobaréis cómo ciertos autores - laureados, exitosos y apoltronados - dejan mucho que desear en lo que a valores morales se refiere:


Patente de corso

Mujeres como las de antes

Muchas veces he dicho que apenas quedan mujeres como las de antes. Ni en el cine, ni fuera de él. Y me refiero a mujeres de esas que pisaban fuerte y sentías temblar el suelo a su paso. Mujeres de bandera. Lo comento con Javier Marías saliendo del hotel Palace, donde en el vestíbulo vemos a una torda espectacular. «Aunque ordinaria», opina Javier. «Creo que no lo sabe», apunto yo. Seguimos conversando carrera de San Jerónimo arriba, en dirección a la puerta del Sol. Es una noche madrileña animada, cálida y agradable, que nos suministra abundante material para observación y glosa. Yo me muevo, fiel a mis mitos, en un registro que va de Ava Gardner y Debra Paget a Kim Novak, pasando por la Silvana Mangano de Arroz amargo; y Javier añade los nombres de Donna Reed, Rhonda Fleming, Jane Rusell y Angie Dickinson, que apruebo con entusiasmo. Coincidimos además en dos señoras de belleza abrumadora, aunque opuesta: Sophia Loren y Grace Kelly. Al referirnos a la primera, Javier y yo emitimos aullidos a lo Mastroianni propios de nuestro sexo -no de nuestro género, imbéciles- que vuelven superfluo cualquier comentario adicional. Haciendo, por cierto, darse por aludidas, sin fundamento, a unas focas desechos de tienta que pasan junto a nosotros vestidas con pantalón pirata, lorzas al aire y camiseta sudada; creyendo, las infelices, que nuestro «por allí resopla» va con ellas. Respecto a Grace Kelly, dicho sea de paso, me anoto un punto con el rey de Redonda -me encanta madrugarle en materia cinéfila, pues no ocurre casi nunca-, porque él no recuerda la secuencia del pasillo del hotel en Atrapa a un ladrón, cuando doña Grace se vuelve y besa a Cary Grant ante la puerta, de un modo que haría a cualquier varón normalmente constituido dar la vida por ser el señor Grant.

Pero no sólo era el cine, concluimos, sino la vida real. Los dos somos veteranos del año 51 y tenemos, cine aparte, recuerdos personales que aplicar al asunto: madres, tías, primas mayores, vecinas. Esas medias con costura sobre zapatos de aguja, comenta Javier con sonrisa nostálgica. Esas siluetas, añado yo, gloriosas e inconfundibles: cintura ceñida, curva de caderas y falda de tubo ajustada hasta las rodillas. Etcétera. No era casual, concluimos, que en las fotos familiares nuestras madres parezcan estrellas de cine; o que tal vez fuesen las estrellas de cine las que se parecían muchísimo a ellas. Hasta las niñas, en el recreo, se recogían con una mano la falda del babi y procuraban caminar como las mujeres mayores, con suave contoneo condicionado por la sabia combinación de tacones, falda que obligaba a moverse de un modo determinado, caderas en las que nunca se ponía el sol y garbo propio de hembras de gloriosa casta. En aquel tiempo, las mujeres se movían como en el cine y como señoras porque iban al cine y porque, además, eran señoras.

Con esa charla hemos llegado a la calle Mayor, donde se divisa por la proa un ejemplo rotundo de cuanto hemos dicho. Entre una cita de Shakespeare y otra de Henry James, o de uno de ésos, Javier mira al frente con el radar de adquisición de objetivos haciendo bip-bip-bip, yo sigo la dirección de sus ojos que me dicen no he querido saber pero he sabido, y se nos cruza una rubia de buena cara y mejor figura, vestida de negro y con zapatos de tacón, que camina arqueando las piernas, toc, toc, con tan poca gracia que es como para, piadosamente -¿acaso no se mata a los caballos?-, abatirla de un escopetazo. Nos paramos a mirarla mientras se aleja, moviendo desolados la cabeza. Quod erat demostrandum, le digo al de Redonda para probarle que yo también tengo mis clásicos. Mírala, chaval: belleza, cuerpo perfecto, pero cuando decide ponerse elegante parece una marmota dominguera. Y es que han perdido la costumbre, colega. Vestirse como una señora, con tacón alto y el garbo adecuado, no se improvisa, ni se consigue entrando en una zapatería buena y en una tienda de ropa cara. No se pasa así como así de sentarse despatarrada, el tatuaje en la teta y el piercing en el ombligo a unos zapatos de Manolo Blahnik y un vestido de Chanel o de Versace. Puede ocurrir como con ese chiste del caballero que ve a una señora bellísima y muy bien puesta, sentada en una cafetería. «Es usted -le dice- la mujer más hermosa y elegante que he visto en mi vida. Me fascinan esos ojos, esa boca, esa forma de vestir. La amo, se lo juro. Pero respóndame, por favor. Dígame algo.» Y la otra contesta: «¿Pa qué?... ¿Pa cagarla?».

Aunque parezca mentira, este artículo sigue colgado en la red, en el blog del propio autor. Otro escritor, Andrés Trapiello, respondió con este artículo que os ofrezco a continuación:



Hombres como los de antes

HE aquí los hechos, expuestos con sencillez. Un buen día de hace unas semanas empezó  a circular por la red cierto artículo de Pérez Reverte. Al comprobar que era de hace unos seis años (El Semanal, 22/7/07), el grado de desconcierto inicial no digo yo que se rebajara un ápice, pero entraron en juego otras consideraciones. En todo caso, se sintió uno como el flâneur o paseante  baudelairiano, en la definición de Benjamin: “Aquel que llega tarde o que se va antes de tiempo del lugar de los hechos”. Esa es, desde luego, la historia de mi vida, y acaso, lector, lectora, la de la tuya, por lo que no creo que te moleste tampoco leer el mío seis años tarde también.

El del famoso escritor cartaginés se titula “Mujeres como las de antes”, y empieza con brío y gerundios inmarcesibles: “Muchas veces he dicho que apenas quedan mujeres como las de antes. Ni en el cine, ni fuera de él. Y me refiero a mujeres de esas que pisaban fuerte y sentías temblar el suelo a su paso. Mujeres de bandera. Lo comento con Javier Marías saliendo del hotel Palace, donde en el vestíbulo vemos a una torda espectacular. «Aunque ordinaria», opina Javier”. Al rato uno y otro amigo hacen repaso a su cinefilia erótica hasta llegar a Sophia Loren y Grace Kelly: “Al referirnos a la primera, Javier y yo emitimos aullidos a lo Mastroianni propios de nuestro sexo –no de nuestro género, imbéciles– que vuelven superfluo cualquier comentario adicional. Haciendo, por cierto, darse por aludidas, sin fundamento, a unas focas desechos de tienta que pasan junto a nosotros vestidas con pantalón pirata, lorzas al aire y camiseta sudada; creyendo, las infelices, que nuestro «por allí resopla» va con ellas”. Bulle la rúa,  la pesca sigue, los  miembros avizoran y la testosterona pone al fin  su piquita en Flandes, al cruzarse con “una rubia (...) que camina arqueando las piernas, toc, toc, con tan poca gracia que es como para, piadosamente –¿acaso no se mata a los caballos?–, abatirla de un escopetazo”. 

En un país en el que mueren cada año medio centenar de mujeres abatidas de un escopetazo o apuñaladas, esa desenvoltura anonada. Pero seis años son muchos. En una entrevista con Jordi Évole, esta sí reciente, Pérez Reverte invoca una Revolución que no acaba de llegar (deplora él en otro lugar que España no hubiese tenido una buena guillotina). También en sus artículos su amigo Marías nos recuerda cada semana la mierda de país en el que vivimos, soez y casposo. Cuánta razón lleva. Y cierto que es raro que ni él ni nadie hayan denunciado ese artículo en un juzgado por apología de la violencia de género, de la caspa y de los gerundios (podrían haberlo hecho las miembros de su Academia, por ejemplo, mientras toman allí el té, entre pasta y pasta, o entre caspa y caspa), o que siga colgado en la web del escritor, pero debe de haber razones de peso para ello que se me escapan. Y lo digo porque lo normal es que cuando un caballero español piensa que no quedan mujeres como las de antes, es porque se cree un hombre de verdad, de los de toda la vida, con las turmas bien puestas. No como aquellos de hace un siglo  que no se envilecían en cada una de las palabras que escribían. Y si bien no se siente uno colega de Pérez ni por rumores, nada, aquí estamos también a ver si sabemos hacernos revolucionarios. Aunque me queda esta duda: ¿para esa famosa Revolución nos valdrá la misma escopeta que acabó con el toc-toc?
    [Publicado en el Magazine de La Vanguardia  el 24 de noviembre de 2013]

domingo, 1 de diciembre de 2013

¿ Y si nos quitan lo bailao?

Tomémonos las cosas con un poco de humor. Os ofrezco algunos ejemplos del interesante blog ¿Y si nos quitan lo bailao?, que también ha publicado un libro con sus ilustraciones.