El cadáver estaba muerto
El genio del idioma no quiere que se diga con dos palabras lo que se expresa con una.
ÁLEX GRIJELMO 27 OCT 2013 - 00:00 CET
Lo publicó un diario madrileño el 1 de junio: “Ayer por la
mañana se practicó la autopsia al cadáver del fallecido”.
Realmente nos dejaba ya muy tranquilos saber por esa frase
que las autopsias se les practican a los cadáveres, pero todavía nos quedamos
más a gusto cuando supimos que esos cadáveres están muertos.
El genio del idioma no quiere que se diga con dos palabras
(o más) lo que se expresa a la perfección con una. Y eso encuentra una
explicación en la máxima de relevancia que definió el filósofo de la lengua
inglés Paul Herbert Grice (1913-1988).
La máxima de relevancia constituye una de las reglas de
cualquier conversación en la que dos interlocutores intentan entenderse. Y
consiste en que todo lo que cuentan ha de ser relevante (adecuado, pertinente)
para la idea que desean transmitir. Lo superfluo queda eliminado antes de
pronunciarse, y así se añade significado a la individualidad de cada término.
Si una palabra está presente, será por algo: tendrá un sentido propio, igual
que las demás.
Y como el buen estilo y la buena comprensión tienden a la
economía de vocablos, ningún término puede resultar gratuito. El receptor
entenderá siempre que si una palabra figura en una oración, es porque añade
significado. Y si no lo añade, dificulta el entendimiento o engaña (a menudo
sin que exista esa intención).
Por ejemplo, el 28 de junio a las 8.42 se pudo oír en una
emisora española que narraba el encarcelamiento de Luis Bárcenas: “Le tomaron
las huellas dactilares de los dedos de sus manos”. Lo cual da a entender que a
veces las huellas dactilares se toman de algún otro lugar del cuerpo.
Y si contásemos que las calles de la ciudad se hallaban
cubiertas de “nieve blanca”, entonces la máxima de relevancia nos invitaría a
pensar que existe nieve de cualquier otro color. Ahora bien, supongamos que
estamos escribiendo un cuento infantil en el que deseamos transmitir la idea de
que la acción se desarrolla en un mundo irreal: los trigales serían azules, los
mares amarillos, el carbón rosa y los renuevos negros. En ese caso sí podríamos
narrar a continuación que, una vez ocurrido determinado fenómeno (el beso de un
príncipe, sin ir más lejos), todo se tornó real, y nos volvimos a ver rodeados
de carbón negro, mares azules, trigales amarillos, nieve blanca y brotes
verdes.
La redundancia de significado no relevante (es decir, con
palabras prescindibles) se denomina “pleonasmo”, vocablo procedente del griego
pleonasmós (“sobreabundancia” o “exageración”). Como sucede con el colesterol y
con las amistades, hay pleonasmos buenos y pleonasmos poco recomendables. Los
buenos añaden expresividad, ironía… algo: “Cállate la boca”, por ejemplo. Y los
pleonasmos malos no suelen añadir nada: “El estadio estaba completamente
abarrotado”, “es totalmente gratis”, “vio un falso espejismo”, “se aprobó con
la unanimidad de todos los grupos” (ejemplos extraídos de los periódicos).
La política y el periodismo abundan en pleonasmos malos. Y
queríamos llegar hasta aquí para preguntarnos si la abundancia de pleonasmos no
implicará que algunas personas están dejando de creer en la fuerza de muchas
palabras y en sus significados redondos; y si eso explicará tal vez el
desmedido uso del adverbio “absolutamente” entre quienes hablan en público:
estamos absolutamente felices, absolutamente decididos, absolutamente seguros.
Quienes se expresan así imaginan acaso fisuras en las palabras más sólidas; o
quizás esos vocablos se les han desgastado por su desempeño falso y artificial.
Un político que dice “vamos a resolver este difícil reto” está dejando de creer
en la palabra “reto”, de tanto manosearla. Quizás él tenga la impresión de que
un reto puede ya parecernos fácil; pero en tal caso nos encontraremos todos
dentro de un cuento donde nacen brotes por cualquier parte y donde la crisis se
presenta como un desafío que se resuelve en un periquete.
Dentro de un cuento infantil o dentro de algún que otro
programa electoral.
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